Estoy de vacaciones
de los demás.
Voy menos a Ikea,
me gusta más la catedral.
En mi casa de muñecas,
ninguna viste de azul.
No van a la escuela,
ninguna lleva canesú.
Mi viejo balón de fútbol
mas que rodar brinca.
Cuando va por el aire,
parece una sandía.
Tú, que no estás en mi vida.
Tú, que de mi te ocultas,
Ya sabes no te espero.
para tí no tengo rima.
Vestiré el luto de aquél niño,
camino de tu funeral
con una corona de besos
para hacerte despertar.
© Versos de Arturo Joaquín y collage de Susana San Martín
VIEJO BALÓN DE FÚTBOL
Era una redondez aproximada
de cueros yuxtapuestos,
con un aire
de fruto irregular de otro planeta.
Más que rodar, lo suyo
consistía en mostrarse adepto al brinco,
en mitad de la calle, en un jardín,
o en el profuso patio del colegio.
Asomaba el balón,
y era bastante.
El fanático fiel de la alegría.
Nadie se preguntaba por la felicidad:
en eso consistía ser su dueño.
A la infancia le sangran las rodillas,
el labio amoratado,
y qué más daba.
No ha terminado aún aquel partido.
Chutaré ese balón después de muerto.
Carlos Marzal (Valencia 1961)
El poema “Canción infantil” evoca una mezcla de nostalgia, soledad, y desencanto, con una dosis de ironía y juego.
El primer verso, “Estoy de vacaciones de los demás”, sugiere una especie de retiro o distancia emocional, donde la voz poética prefiere el refugio de lugares que evocan intimidad o recogimiento, como su “casa de muñecas”, en lugar de la interacción social representada por Ikea. Hay un deseo de paz en su espacio propio, fuera de las expectativas externas, y un rechazo de lo ordinario o impuesto, como “ir a la escuela” o “llevar canesú”.
Luego, la figura del “viejo balón de fútbol” transforma un objeto común en algo casi surrealista —un balón que “más que rodar brinca” y que en el aire “parece una sandía”— lo que aporta una sensación de lo infantil y lo lúdico, pero también de algo que no funciona como debería, lo cual puede ser una metáfora de los sueños o de la vida misma.
La referencia a una persona que “no está en mi vida” pero de quien “se oculta”, muestra un dolor implícito por una relación fallida o un amor no correspondido. La decisión de “no esperar” a esa persona y la afirmación de que “para ti no tengo rima” expresa una especie de renuncia, como si el otro no mereciera ni siquiera un verso.
Finalmente, la imagen de “vestir el luto de aquel niño” y “camino de tu funeral” sugiere una despedida simbólica, no solo de la persona, sino tal vez de una versión inocente del yo, con una “corona de besos” que intenta “despertar” algo muerto. Es un cierre poderoso, donde la idea de la muerte es tratada de manera poética y sentimental, mezclando duelo y ternura.
En resumen, el poema juega con lo cotidiano y lo simbólico para explorar sentimientos de soledad, nostalgia y desilusión, con un toque de ironía y melancolía.
El poema “Viejo balón de fútbol” transmite una profunda nostalgia por la infancia y el juego, utilizando la imagen de un balón de fútbol viejo y desgastado. La manera en que el balón es descrito —“una redondez aproximada de cueros yuxtapuestos” y “fruto irregular de otro planeta”— lo convierte en un objeto especial, casi mágico. No es solo un balón; es un símbolo de una época de alegría pura, donde la felicidad era inmediata y no cuestionada.
El balón, en lugar de rodar como uno esperaría, “consistía en mostrarse adepto al brinco”. Este detalle muestra su carácter impredecible y travieso, reflejando la esencia libre de la niñez, donde cualquier espacio —la calle, el jardín, el patio del colegio— se transforma en campo de juego.
El verso “Asomaba el balón, y era bastante” encapsula una idea poderosa: la sola presencia del balón era suficiente para desatar la alegría. Es el fiel compañero, símbolo de la despreocupación infantil, y su dueño no necesitaba reflexionar sobre la felicidad, porque la tenía al alcance sin más. Aquí, el poema logra evocar una época de plenitud, en la que el dolor físico (“A la infancia le sangran las rodillas, el labio amoratado”) era algo menor y sin importancia; lo que importaba era el juego.
La frase “No ha terminado aún aquel partido” y el cierre, “Chutaré ese balón después de muerto”, sugieren una conexión eterna entre la persona adulta y ese momento infantil. Es un compromiso de no perder nunca el sentido de la alegría que el balón representaba. El poema, en última instancia, es un canto a la niñez que se niega a ser olvidada, a ese espíritu indomable y libre que sigue vivo aunque el cuerpo envejezca.