Sería capaz de agarrarse a un clavo ardiendo. Estaba a merced de la tormenta después de haber caído del barco, y como todo buen marinero no sabía nadar.
Hoy duermen los huesos de sus dedos, aferrados a una pequeña y oxidada cruz, en el fondo del mar.
© Texto y foto de Arturo Joaquín
“No estás sola”
Texto de Antonio José Cano
Salió de la consulta con una sonrisa que hacía juego con el pañuelo estampado de la cabeza. En la primera visita se le reconocieron sus derechos: el derecho al miedo, el derecho a la desesperanza y el derecho a la frustración. La doctora le prometió no utilizar expresiones que evocaran una batalla. No habría lugar esta vez para la resiliencia ni para los combates encarnizados. No se le exigiría demostrar valor ni convertirse en un ejemplo para los demás. Ella no sería una heroína, sino la protagonista de una historia cotidiana y apasionante. Se les ofrecía una oportunidad para sufrir o disfrutar juntas con los vaivenes de un camino incierto en el que podrían encontrar momentos para la dicha y la belleza. En cada visita a la consulta surgieron virajes narrativos, sorpresas y personajes secundarios. En su primera revisión, un fármaco experimental se convirtió en coprotagonista. En la siguiente, el giro en el guion fue la desaparición de las metástasis. Hacía unos meses, su médico le dijo que no sería necesario un deus ex machina que la salvara en el último momento. Hoy le había anunciado que los resultados de las pruebas garantizaban una nueva temporada juntas.