PRIMERA VERSIÓN en 888 palabras
La contemplo desde una ladera del monte, mas alto que el horizonte. Desde su espalda norte por donde un Cristo con los brazos en cruz descuelga la niebla. Tiene poco más de doscientos mil habitantes. Puedo verla casi completa. Es pequeña y grata con el paseante. Más tarde, cuando baje al centro, seré uno de ellos.
Mi ciudad desde aquí, excepto por las cumbres que la circundan por el sur, no ofrece una sky line de tarjeta postal. Pocos turistas de obligado selfie, saben que se llevan de fondo la imagen de una montaña donde los visigodos escondieron, después de la invasión islámica, parte de su tesoro y reliquias. Monsacro, monte sagrado, en el que se cruzan la ruta de la plata, con el camino de Santiago, la hizo Corte en lejano siglo.
Ahora a media mañana de un día claro, y nubes altas. Mi ciudad no tiene complejo por mostrar su cuerpo de edificios desordenados. Los tejados de color más apagado delatan su casco antiguo alrededor de la catedral. Como un ruedo de casucas corcovadas, como una tertulia de maledicencia, apoyadas unas en otras. Ofrecen la limitada mirada de sus ventanas y de vez en cuando un guiño cuando reflejan la luz. Aún estamos aquí, me dicen.
En uno de sus extremos, cerca de donde mi ciudad se hace campo, destaca un mamotreto de hierros blancos, frustrado Palacio de Congresos. Una abatida cola de un gigantesco pavo real, es ahora visera bajo la que hubieran tenido que pasar miles de ciudadanos, atraídos por eventos de todo tipo o a comprar, o a tomar algo o ¿al cine? … En el deshabitado palacio. solo los gatobardos hacen ronda nocturna. Mantiene su parking, con cuatro puestos de trabajo. Es un saldo a la venta.
Cerca se acierta a distinguir la antigua plaza de toros, que perdido el eco, de su arena sin huellas se han apropiado fresnos, avellanos y matorrales diversos. Se desmorona, rodeada de melancólicos edificios de nueve o diez plantas. Fueron el antiguo hospital universitario, hoy trasladado a una flamante y vanguardista zona, donde mi ciudad se hace conurbación.
Desde aquí escucho el reloj de la torre de la Caja, da las doce y después el himno regional que reta a la inmóvil y cercana bandera nacional de cincuenta y cuatro metros cuadrados sobre mástil de veinticinco metros. Disculpas por ser tan preciso con los números, necesito ahorrar adjetivos.
Por el norte, cuando mi ciudad se inclina suavemente buscando el valle central, se distinguen los abandonados talleres de la antigua fábrica de armas, por sus cubiertas en diente de sierra, esperan nuevos tiempos, bostezando por sus grandes portones. Mientras, van tragando simulacros culturales, películas al aire libre, salas de efímera arquitectura, un autocine, conciertos indies y mucha tramoya minimalista de arte povera. No vayan a pensar que por aquí no estamos a la altura de New York. Hace unos años que los ponemos a punto para actividades paralelas a la entrega de nuestros afamados premios. Concedidos a personajes muy famosos, que por unos días colocan a mi ciudad en la champion league mediática. Justo al contrario de los Nobel que suelen prestigiar a desconocidos. Maldito Dylan. Bendito Cohen.
Cerca la autopista de salida a la costa, arrulla a una iglesia prerománica, y a lo largo de un par de kilómetros el siglo ocho y el veintiuno van de la mano. Dicen que el roce puede acabar con el amor, para evitarlo la política local y los expertos de turno difunden todo tipo de ocurrencias infográficas: un lago en un entorno de bosque, o perforar con la entrada/salida de la autopista los talleres colindantes. El papel lo aguanta todo.
Ya casi es mediodía, bajo al centro de mi ciudad. Ahora casi no saludo a nadie, en otros tiempos para mí, cada esquina era una conversación. Limitado el aforo en bares y tiendas. las terrazas trepan por sus zonas peatonales. Es el negocio de nuestro ocio de cada día, al parecer esencial.
La mañana agradable y soleada me invita a tomar una buena ración de pulpo.
Después del café doy un paseo por el parque, veo como su templete de música se cae a pedazos, y sus fuentes están secas. Han desaparecido pavos, ardillas y tordos. Hoy es un territorio de los perretes urbanitas, que hasta tiene su cacacan. En el interés de la gente Mafalda ha sustituido a Josefa la Torera, fotógrafa analógica de niños que ahora es de latón.
De momento sus fuentes históricas se han salvado de ser convertidas en tiestos como así le ha ocurrido a otra que instalada en una claustrofóbica plaza y ante las protestas de los vecinos por su ruido y humedad, fue reconvertida en uno de los maceteros mas caros de nuestro país.
Al salir del parque compruebo que los bancos arcoiris de la plaza donde los jubilados ahorran sus pasos, se han sustituido por cartesianas bancadas sin barrotes, no vaya a ser que vuelvan a las andadas pictóricas esos que cada vez pueden menos. Para la autoridad municipal de alcanforado porte e inusitada pluma, han sido su obsesión. Ahora parece que la ha sustituido por qué las fuentes funcionen de nuevo.
Mi ciudad cercada y habitada por la mediocridad, Añora un jefe o una jefa.
¿Podrán lobos y corderos del urbanismo pactar la calificación del suelo?
Sus cicatrices lo reclaman.
SEGUNDA VERSIÓN en 608 palabras
La contemplo desde la espalda de su monte, donde un Cristo con los brazos en cruz descuelga sobre ella la niebla. Puedo verla casi completa.
Mi ciudad desde aquí no ofrece una sky line de tarjeta postal. A no ser por sus montañas del fondo, una de ellas el Monsacro custodió el tesoro de los visigodos que la hicieron corte.
Mi ciudad no tiene complejos para mostrar su cuerpo ni sus cicatrices. Entre edificios desordenados, el apagado color de unos tejados alrededor de la catedral delata a su zona antigua.
Cerca de donde mi ciudad se hace campo, como la abatida y enorme cola de un pavo real, es ahora visera bajo la que hubieran tenido que pasar miles de visitantes a un frustrado Palacio de Congresos. Solo lo hacen algunos gatobardos en ronda nocturna. Un saldo en venta.
Cerca se distingue la antigua plaza de toros, en su arena sin ecos, ni huellas los matorrales lidian al viento. Se desmorona, rodeada de melancólicos edificios que fueron el antiguo hospital universitario, hoy trasladado a una flamante zona, donde mi ciudad se hace conurbación.
Escucho el reloj de la torre de la Caja, dar las doce. El Asturias patria querida reta a una inmóvil bandera nacional de cincuenta y cuatro metros cuadrados en un mástil de veinticinco metros. Quiero ser preciso con los números, necesito ahorrar adjetivos.
Por el norte, cuando mi ciudad se inclina suavemente buscando el valle central, se distinguen los abandonados talleres de la antigua fábrica de armas, sus cubiertas en diente de sierra esperan nuevos tiempos bostezando por sus grandes portones. Mientras, van tragando simulacros culturales, Hace unos años que se ponen en forma para actividades paralelas a la entrega de afamados premios que por unos días colocan a mi ciudad en la champion league mediática. Maldito Dylan. Bendito Cohen.
Cerca la autopista arrulla a una iglesia prerrománica, el siglo ocho y el veintiuno van de la mano a lo largo de un par de kilómetros. Esta zona que es como la miel para proyectos y ocurrencias infográficas: un lago en un entorno de bosque, o perforar con la entrada/salida de la autopista los talleres colindantes.
Ya casi es mediodía, bajo al centro de mi ciudad. Ahora casi no saludo a nadie, en otros tiempos para mí, cada esquina era una conversación. Limitado el aforo en bares y tiendas. las terrazas trepan por sus zonas peatonales. La mañana agradable y soleada me invita a tomar una buena ración de pulpo.
Después del café doy un paseo por el parque, veo como su templete de música se cae a pedazos, y sus fuentes están secas. Han desaparecido pavos, ardillas y tordos. Hoy es un territorio de los perretes que hasta tiene su cacacan. Mafalda ha sustituido a Josefa la Torera, fotógrafa analógica de los niños que ahora es de latón.
De momento sus fuentes históricas se han salvado de ser convertidas en tiestos. No muy lejos del parque en una pequeña plaza fue instalada una gran fuente. Ante las protestas de los vecinos por el ruido y la humedad, fue reconvertida en uno de los maceteros mas caros de nuestro país.
Al salir del parque compruebo que los bancos arcoiris de la plaza donde los jubilados ahorran sus pasos, se han sustituido por cartesianas bancadas sin barrotes, no vaya a ser que vuelvan a las andadas pictóricas esos que cada vez pueden menos. Para la autoridad municipal de alcanforado porte e inusitada pluma, han sido su obsesión.
Mi ciudad añora un jefe o una jefa, cercada y habitada por la mediocridad.
¿Podrán lobos y corderos del urbanismo pactar la calificación del suelo?
Sus cicatrices lo reclaman.
© 2021 Textos de Arturo García en 888 y en 608 palabras
Me gusta mucho leer una columna sobre Oviedo porque soy carbayón. Lo primero: no estoy seguro de que Oviedo sea grata con el paseante. Es verdad que es apacible pero a mí, viniendo de Madrid, se me acaba enseguida. Acabo en 15 minutos en el campo, y a mi me gusta caminar horas. Eso sí, también se puede pasear por el campo, pero no es Oviedo. Más allá de este apunte, el tono de la columna es muy columnístico, porque a Arturo se le da bien la lírica. Me gusta la forma en la que mezcla los tiempos del día a día, donde dice lo que hace, con las cosas más históricas o atemporales. Le quitaría las cosas menos personales para que ganara autoría y perdiera cierto aire de publicidad turística. Por ejemplo, me interesa que Arturo se encuentre menos gente por la calle conocida, antes se encontraba a alguien en cada esquina, no me interesa tanto que me hable de los premios Princesa de Asturias o lo de la Catedral, eso ya viene en las guías. También me interesan más las historias de ahora, los conflictos vecinales, los bancos de arcoíris… más que las cosas más históricas. Buen trabajo… excepto porque son 900 palabras!!!!Sergio C Fanjul