Desde el Norte, entre la luz que no amanece, las vacas te ignoran viendo pasar al tren y despiertan a las hormigas bajo la escarcha.
El bosque invernal cosquillea a la niebla. El paisaje se abre como una crisálida.
En Atocha, los sueños que caben en una maleta ruedan por el andén. La pátina urbana oculta el rastro de los que fueron destruidos aquí.
Ahora en el Sur, lo que permanece de tus murallas enmarca este lugar dónde resuenan las campanas, que ocultan al atardecer la llamada del muecín. Entre el blanco de la cal, el verde de un oasis y el rojo de la greda,
Al cabo de mil años casi nada hay de ti, pero las columnas aún están en pie y el Guadalquivir sigue fluyendo entra las islas de arena y las espesuras de adelfas y cañaverales, con la misma lentitud mitológica de los ríos sagrados.
¿A quién podría preguntar para saber qué ha sido del Jilãfat Qur.tuba?
© Fotografías de Arturo Joaquín
© Apuntes del libro la “Córdoba de los Omeyas” de Antonio Muñoz Molina.
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