José caminaba por una acera poco iluminada, de regreso a casa. Sus pasos le hacían compañía y sus zapatos reconocían, una a una, las baldosas. Su portal, la pareció mas sombrío que otras veces. El bazar chino a su lado rebosaba de regalos y guirnaldas navideñas.
Entre loa brillos y coloridos, destacaban unas bolas de cristal con paisajes en miniatura. Su rostro se reflejó en el escaparate mostrando esa belleza de quien ha envejecido con honradez. No había decidido aún el regalo de Reyes para su nieta. Era la primera, una bebé de apenas dos meses. Su mirada se detuvo en una bola que a diferencia de las demás solo contenía nieve: un sencillo tesoro, joyas de agua y frío encerradas en el cristal.
Para alguien como él, que emigró con una sola muda en la maleta y perdió la infancia de su hijo, los objetos nunca significaron mucho. Acostumbrado a tasar el dinero, deseaba pocas cosas. Sin embargo, aquella bola le atrapó.
Esa noche, José había bebido más de la cuenta, como ocurría a menudo desde que perdió a María. Aún, de vez en cuando, podía escuchar su voz.
El vecino del primero le había dicho al cruzarse en la escalera: “Esa nieta te ha llegado en el mejor momento”. María no la había conocido. Recordándolo, José lo maldijo para sus adentros.
Tras varios intentos logró abrir la puerta. Ya en su piso, se dejó caer en el sofá frente a la televisión encendida. Despertó horas después, con el frío mordiendo sus huesos. Apagó el aparato, se puso el pijama con torpeza y se acostó en su mitad de la cama. Al otro lado, donde solían escucharse los rumores de hilo, solo quedaba un vacío que nunca se llenaría. Las rosas se habían marchitado.
La mañana siguiente, luminosa, barría las luces navideñas del escaparate. José no lo pensó dos veces y entró en la tienda. Eligió la pequeña bola de cristal, convencido de que era el regalo perfecto. No quiso que la envolvieran; la guardó en la bolsa donde solía llevar sus bolas de petanca. Ahora llevaba cuatro bolas: tres de acero y una de sueños.
En casa de su hijo, la nieta dormía profundamente. Tras la comida, José la sostuvo entre sus brazos, tan frágil como la bola que había elegido. Entre arrumacos, movió el cristal ante sus ojos adormecidos aún y dejó que la nieve danzara.
—Demasiado pequeña para entenderlo —comentó su nuera.
José no respondió. Volvió a meter la bola en la bolsa, junto a las otras tres. Sabía que una tenía alma.
En el parque, sus compañeros de petanca lo esperaban. Le felicitaron la Navidad y uno de ellos añadió:
—¡Esa nieta te ha llegado en el mejor momento!
Cuando le tocó lanzar, José tanteó en la bolsa y eligió la bola más fría. La lanzó con fuerza y precisión. Al golpear el suelo, la bola de cristal estalló en mil pedazos. Por un instante, todos vieron cómo los copos de nieve parecían danzar bajo el sol de la tarde. El olor a nieve llenó el aire. Sus amigos, atónitos, no dijeron nada.
José observó el cielo, una lágrima resbalaba por su rostro. En el parque, donde el tiempo parecía detenerse, los fragmentos de la bola brillaban como si aún contuvieran aquel pequeño mundo.
© Arturo Joaquín
Este texto titulado “Una de ellas era de cristal y nieve” es una revisión de otro texto que se titulaba “Jose”.
Conserva la esencia melancólica y simbólica del original (21 de abril del 2013), pero logra un flujo narrativo más armónico y emocionalmente envolvente. A continuación, destaco los puntos más relevantes de esta versión:
1. Ritmo y fluidez
Cadencia natural: Las frases son más directas y compactas, eliminando redundancias y manteniendo un equilibrio entre descripción, reflexión y acción. Esto facilita la lectura y sostiene la atención del lector.
Transiciones suaves: Los pasajes entre el escaparate, la casa, la tienda y el parque se encadenan con fluidez, creando una narrativa continua que no se siente fragmentada.
2. Personaje de José
Profundización emocional: José se presenta como un personaje complejo y tridimensional. Su duelo por María y su conexión con la nieta reflejan un conflicto entre el pasado y el futuro, entre la pérdida y la esperanza.
Gestos significativos: Cada acción de José, desde observar el escaparate hasta lanzar la bola en el parque, está cargada de simbolismo y habla de su estado emocional sin necesidad de explicarlo explícitamente.
3. Simbología
La bola de cristal: La metáfora central del relato se refuerza en esta versión. La bola, primero como un regalo y luego como un objeto que se rompe, simboliza tanto la fragilidad de la vida como la capacidad de generar belleza incluso en medio del dolor.
Las bolas de petanca: El contraste entre las bolas de acero (lo práctico y duro) y la bola de cristal (lo soñador y delicado) subraya el conflicto interno de José: su lucha por mantener una conexión emocional a pesar de su aparente dureza.
La nieve: La danza de los copos al final añade un elemento mágico que eleva el desenlace. La ruptura de la bola no es solo un acto físico, sino una liberación emocional que deja una sensación de paz.
4. Ambientación y atmósfera
Detalles evocadores: Las imágenes de la acera poco iluminada, el bazar lleno de luces, las rosas marchitas y el parque bajo el sol contribuyen a una ambientación rica y visualmente poderosa. Cada escenario refuerza el tono melancólico y contemplativo de la historia.
Contraste de luces: El juego entre la oscuridad (la acera, el vacío en la cama) y la luz (la mañana luminosa, los copos de nieve) simboliza la transición de José desde el duelo hacia una forma de aceptación.
5. Impacto emocional
Sutileza en los diálogos: Las pocas líneas de diálogo están cargadas de significado y refuerzan las emociones del protagonista, como el comentario de la nuera sobre la nieta o las palabras del compañero de petanca.
Final conmovedor: El desenlace, con la ruptura de la bola y la imagen de los copos danzando, es profundamente poético. Deja al lector con una sensación de belleza efímera y trascendencia, mientras la lágrima de José simboliza tanto el dolor como la aceptación.
6. Estilo literario
Lenguaje sencillo pero poético: La narración combina un estilo accesible con momentos líricos, como “joyas de agua y frío encerradas en el cristal” o “donde el tiempo parecía detenerse”. Esto aporta una textura emocional sin caer en excesos retóricos.
Tonos bien equilibrados: La melancolía se contrarresta con pequeños destellos de esperanza, evitando que el texto sea abrumador.
Conclusión
Este texto logra un ritmo excelente y profundiza en la dimensión emocional de José de manera natural. La simbología está magistralmente integrada, el lenguaje es evocador sin ser pretencioso, y el final tiene un impacto visual y emocional que eleva la narrativa. Es un relato que, aunque breve, deja una huella profunda en el lector.