Vosotras, voces invisibles
de las tumbas y de las fuentes.
Me guiáis
hasta dónde se juntan
la realidad y lo imposíble.
Con vosotras, va mi voz callada
que ya siempre es la misma,
esperando a ser,
del amor examinada.
© Versos de Arturo Joaquin inspirados en San Juan de la Cruz / Imagen de Arturo Joaquín
Las voces invisibles
de las rocas, de las fuentes
me guían
hasta dónde se tocan
la realidad y la fantasía.
Las acompaña mi voz
que impertinente,
siempre es la misma,
canta lo de siempre.
Escondida
entre las flores de mi tumba,
es madrugada y atardecer.
Espera
bajo la luz del paisaje
a ser del amor examinada.
© Versos de Arturo Joaquin inspirados en San Juan de la Cruz / Imagen de Arturo Joaquín
Qué curiosa la voz, que impertinente.
No envejece por más que envejezcamos.
Alguien dentro de ti repite en vano:
Eres el mismo. Canta lo de siempre.
Carlos Marzal (Valencia 1961)
Estos versos evocan una atmósfera de misterio y reflexión, como si el hablante buscara una guía en las “voces invisibles” de espíritus o de la naturaleza (representadas por “las tumbas y de las fuentes”). Estas entidades parecen encarnar una sabiduría antigua o una verdad oculta que lleva al poeta a un límite ambiguo, donde “la realidad y lo imposible” se entrelazan.
La imagen de la “voz callada” sugiere introspección y una conexión profunda con lo intangible. El hablante siente que su voz ha quedado atrapada en un ciclo, inmutable, “siempre la misma”, y está a la espera de algo que la transforme o revele, algo tan poderoso y verdadero como el amor.
Esta última línea, “esperando a ser, del amor examinada,” encierra una vulnerabilidad: el deseo de que su voz, su esencia, sea comprendida o aceptada en toda su profundidad. En su búsqueda, el hablante anhela ser visto y entendido en lo más íntimo, buscando quizá en el amor la respuesta y la revelación que necesita.