La noche es oscura, la luz de los edificios metropolitanos compite con las estrellas. Estoy cruzando la ciudad de sur a norte y desde el coche reparo en algo insólito.
A la altura de Azca, un edificio de cuarenta y tres plantas exhibe en sus últimos pisos el Infinit Fitness.
Distingo allí arriba unos esforzados rodadores, dale que dale a los pedales. Intuyo que al ritmo de cualquier tema de una playlist de motivación.
El tráfico se ralentiza. Aprovecho, play “Tower son”.
Mis amigos se han ido y mi pelo ya está gris, susurra Cohen.
Las dos plantas muy iluminadas en aquella altura, y el resto oscuro del esbelto edificio, hacía que el conjunto simulara una antorcha. Luminaria de unas energías que no se convierten en trabajo.
Cruzar la calle como ciclista, puede ser una agonía, que es preferible a última hora un ciclo indoor, atravesandocampos de lavanda en una pantalla.
Sacar del cuerpo la adrenalina de la jornada, dándole duro a la bicicleta estática. Entropía de humanos hámsteres, que ordena y equilibra el “ni una mala palabra, ni una buena acción” en el Consejo de Dirección.
Mis amigos se han ido y mi pelo ya está gris.
Siento nostalgia de los lugares en los que solía jugar.
Lejos queda, aquella luz dinamo en la rueda delantera de la bicicleta infantil, que a cambio de endurecer el pedaleo, iluminaba la carretera. Así, de esta manera tan simple se equilibraban las energías.
Hoy, con todas nuestras buenas intenciones para hacer sostenible el consumo eléctrico, definitivamente al Quijote y su montura están muy por debajo de las aspas de los aerogeneradores.
Nadie ha reparado en la posibilidad de cubrir parte de la factura eléctrica en los gimnasios. ¿Y si acoplamos dinamos y baterías para recuperar la energía de los usuarios?
¿Es preferible la rueda silenciosa de los hámsteres?
Somos tristes hámsteres Arturo. Has dado en el clavo con tú análisis. Menuda imágen hacer la colada con la energía de la cinta y compitiendo con las toallas en el tambor de la lavadora