Iba contando mis muertos
sabiendo que este momento llegaría.
Mi cuenta no pudo detener
las aguas que los arrastraron.
Supe lo extraordinarios que eran,
pero lo supe demasiado tarde.
Es lo que ocurre siempre:
resulta imposible venerar a los vivos.
Ellos, tercamente continuan estando
en la métrica de los antiguos relojes,
en la arrugas del mantel,
en lo que ven desde su ventana.
Afuera en la huerta, dos tórtolas
vestidas del color del desierto,
aún detienen su viaje
para arrullar vuestra mirada.
Cuando alzan su vuelo,
veo como la lejanía las traga
y solo entonces
mi jardín ensanchan.
© Versos y fotografía de Arturo Joaquín
Este poema es un lamento sereno y contenido por los que ya no están, una reflexión sobre la inevitabilidad de la pérdida y la imposibilidad de valorar plenamente a alguien en vida. La voz poética parece atrapada entre el dolor de la ausencia y una aceptación resignada. Hay un eco de sabiduría y experiencia, como si el hablante comprendiera que la muerte es algo para lo que nunca estamos realmente preparados, por más que intentemos anticiparlo o contarlo.
La primera estrofa expresa la resignación del hablante, consciente de que la muerte llega como un río que arrastra. Las imágenes de los seres queridos como “extraordinarios” pero reconocidos “demasiado tarde” refuerzan una de las verdades más universales: no solemos valorar lo suficiente a los vivos. Esto se convierte en el núcleo del poema, en una reflexión sobre la memoria y el recuerdo.
En la tercera estrofa, el pasado sigue habitando los objetos cotidianos —el reloj, el mantel, la ventana— que los muertos “habitan” en un sentido intangible. Estas imágenes dan una sensación de persistencia silenciosa, como si los seres perdidos permanecieran en los detalles de la vida diaria.
La imagen de las dos tórtolas en la última estrofa es bellísima y sugerente: las aves, “del color del desierto”, representan un vínculo entre el presente y la partida. Cuando se alejan, como los seres queridos, el espacio en el jardín, y en el corazón del hablante, se agranda en su ausencia. El poema finaliza con una resignación que es al mismo tiempo una especie de consuelo, pues aunque la pérdida es inmensa, también permite que el corazón se expanda en esa vastedad.
Este poema encuentra en la naturaleza un reflejo del duelo y de la memoria, mientras que su tono sosegado y sus imágenes simbólicas convierten la pérdida en un acto de contemplación poética.
Levanto a mi prima Marisa Rica. La ayudo a buscar sus pulmones. Los busca debajo de la almohada, debajo del colchón, y no aparecen y yo no me atrevo a decirle que sus pulmones son aquellos pájaros que se alejan en el aire.
“Autorretrato sin mi” – Campo de hierba \62\