Iba contando mis muertos
sabiendo que este momento llegaría.
Mi cuenta no pudo detener
las aguas que los arrastraron.
Supe lo extraordinarios que eran,
pero lo supe demasiado tarde.
Es lo que ocurre siempre:
resulta imposible venerar a los vivos.
Ellos, tercamente continuan estando
en la métrica de los antiguos relojes,
en la arrugas del mantel,
en lo que ven desde su ventana.
Afuera en la huerta, dos tórtolas
vestidas del color del desierto,
aún detienen su viaje
para arrullar vuestra mirada.
Cuando alzan su vuelo,
veo como la lejanía las traga
y solo entonces
mi jardín ensanchan.
© Versos y fotografía de Arturo Joaquín
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