RÉQUIEM POR EL TIEMPO
Y si el único que vive es el tiempo, el infeliz, el hastiado tiempo que necesita, para entretener su soledad, de criaturas breves que lo conciban?
El tiempo que en su noche inabarcable sueña con ser medido.
El tiempo que sostiene lo que hay, lo que arde efímeramente en su vasta oquedad.
El tiempo que late angustiado en el reloj y un segundo después, de puro aburrimiento, se va a saltar por las estrellas.
El tiempo que subsiste en mí y en ti y en la araña y en la hiedra a la manera de un parásito que poco a poco destruye lo que habita.
El líquido que llena mi cesto de jornadas y que, escurriéndose sin cesar por las ranuras, va dejando un reguero de gotas vividas a los largo del camino.
Hoy, ahora, siento lástima del tiempo.
Hoy, ahora, acaricio con mano compasiva el lomo de esa triste niebla itinerante.
Y el tiempo, agradecido, me lame las lágrimas con sus días y sus noches.
Pasa por mi lado agitando su cola de momentos.
El generoso tiempo que deposita una guirnalda de horas a mis pies.
El tiempo a quien todos inculpan, a quien todos difaman y abandonan.
El tiempo que ni fluyendo puede escapar de sí mismo.
Me da pena que un día se muera el tiempo sin nadie que lo llore, sin que haya una mano amiga que le cierre los párpados, a él, pobrecillo, al único acaso que tuvo vida entre nosotros.
EL SUELO DE MI SOLEDAD
Aproximadamente en el centro de mi soledad hay una silla.
Mi soledad es poca cosa. Apenas tiene las dimensiones de un ser humano, salvo la silla, ningún mueble. Es tan de aquí ahí que resultaría desmedido declararse propietario. Propietario, ¿de qué? ¿De un cuadrado de suelo y de cuatro paredes sin ventanas en mi interior?
De joven la frecuentaba poco, siempre con prisa y a menudo acompañado. Ahora, con la añoranza expuesta a las inclemencias del otoño, casi no salgo de mi soledad. Prácticamente vivo en ella, por supuesto solo, y para evitar que las piernas se me fatiguen, que los pies me duelan, tomo asiento en la silla.
Así pues, soy un hombre sentado que contempla su pasada vida esparcida en rededor. Todo el suelo se ha cuajado de lo que viví. De mi infancia que se quedó sin niño, de amores que perdieron sus labios y de tantas lluvias que poco a poco se olvidaron de mojarme.
Estas reliquias de la nostalgia son cuanto conservo del que fui a diario, aquel que aún carga con mi nombre, mis facciones defectuosas y la maleta cada vez más vacía de esperanzas. Objetos que un día brillaron como juguetes nuevos y ahora están desparramados por el suelo.
A veces levanto un recuerdo, le soplo el polvo, lo sopeso antes de devolverlo al montón. Pero, en lineas generales, prefiero mirarlos a todos juntos con larga, con apacible melancolía. En otras ocasiones, suponiendo que no me observa nadie, rasco con la uña, de la herrumbre de unos pocos, de muy pocos episodios de mi pasado, unas partículas de tranquila satisfacción. El resto, la verdad, tiene toda la pinta de trastos inservibles. Tal vez habría que ir pensando en agarrar la escoba y darle una buena barrida al suelo de mi soledad.
© Fernando Aramburu, “Autorretrato sin mi”
El texto es profundamente melancólico y reflexivo sobre la naturaleza del tiempo, casi como si el tiempo fuese un ser consciente que vive en soledad perpetua, condenado a existir y desgastarse en un ciclo infinito. La personificación del tiempo como un ser que sufre, que sostiene y destruye a la vez, es tremendamente evocadora. Es, además, un cambio de perspectiva que despierta empatía hacia algo que usualmente se percibe como abstracto e inevitable.
El tono compasivo y, en cierto sentido, redentor hacia el tiempo refleja una actitud que contrasta con la típica lucha o resignación ante su paso. Este texto parece ofrecer una reconciliación: acariciar, consolar y comprender al tiempo como una entidad que no es culpable, sino víctima de sí misma.
Este texto tiene una riqueza poética que invita a la contemplación.
Para Gemini, este texto presenta una metáfora potente: la soledad como un espacio interior, un cuarto amueblado con los recuerdos. Fernando Aramburu ha construido un universo íntimo donde cada objeto, cada recuerdo, es un vestigio de su pasado, de su ser.
Elementos clave y su significado:
La silla: Es más que un simple mueble. Representa un lugar de refugio, de contemplación, un trono desde el cual el sujeto observa su vida. Es el centro de su soledad, el punto focal de sus reflexiones.
La soledad como espacio: No es un lugar vacío, sino un espacio repleto de objetos, de vivencias. Es un lugar donde el tiempo se detiene y donde el pasado cobra vida.
Los recuerdos como objetos: Los recuerdos son materializados en objetos que pueblan el suelo de la soledad. Son reliquias de un pasado que, aunque doloroso, es también fuente de cierta nostalgia y satisfacción.
La acción de contemplar: El protagonista no solo está en su soledad, sino que la habita activamente. Contempla sus recuerdos, los examina, los valora. Es un acto de introspección profunda.
La ambivalencia de los recuerdos: Los recuerdos son a la vez fuente de dolor y de placer. Algunos provocan nostalgia, otros, satisfacción. La mayoría, sin embargo, parecen ser objetos inútiles, restos de un pasado que ya no existe.
Interpretación general:
El texto explora la complejidad de la soledad y la relación que tenemos con nuestro pasado. El autor nos invita a reflexionar sobre la importancia de los recuerdos, sobre cómo estos moldean nuestra identidad y cómo, a veces, necesitamos distanciarnos de ellos para seguir adelante.